El Dr. Bethune con un soldado del Octavo Ejército de Ruta, en la Región Fronteriza Shansi-Chahar-Jobei
VINO de una tierra lejana. Dejó una vida cómoda, atravesó el Pacífico, se abrió camino, cerco tras cerco, y llegó a los heridos campos de batalla del norte de China, donde el pueblo luchaba contra los invasores japoneses. Era alto y robusto. Su rostro, de pómulos elevados y mandíbulas amplias y fuertes, era enjuto y rojizo. Bajo las espesas cejas, los ojos claros irradiaban bondad y a menudo una sonrisa pensativa se escondía en los extremos de sus labios. Su cabello y su corto bigote estaban encaneciendo. Sí, bordeaba los cincuenta, pero su vitalidad era la de un joven. Cuando encontraba a un conocido lo saludaba a la manera de los republicanos españoles, levantando el puño derecho. En otras ocasiones le estrechaba la mano tan firmemente, que se podía sentir el calor que emanaba de él. En España la gente lo llamaba el «viejo joven». En China, sus camaradas del servicio médico le expresaron su respeto llamándolo el «anciano». Era el Dr. Norman Bethune, el camarada a quien llamábamos Bai Chiu-en.
El Dr. Bethune nació en Toronto en el año 1890 y dedicó su vida entera a la profesión de curar. En la Primera Guerra Mundial fue a Francia como camillero con una unidad de ambulancia de campaña, canadiense. De regreso a su país, sirvió como oficial médico en el cuerpo aéreo canadiense. Más tarde, dedicado ya a la práctica privada, contrajo la tuberculosis, pero aun bajo tratamiento realizó un estudio profundo de la enfermedad y se convirtió, más adelante, en un brillante cirujano de tórax. Perfeccionó los modelos de muchos instrumentos quirúrgicos. Su fama de cirujano desbordó los límites de Canadá y se extendió a muchas otras partes del mundo.
Pero el Dr. Bethune no perseguía la fama. Siguió su búsqueda de un método para curar las peores enfermedades del mundo que lo rodeaba: la pobreza, la cesantía, el hambre y la guerra. Finalmente, ingresó al Partido Comunista de Canadá y se convirtió en un notable trabajador revolucionario, dedicando toda su destreza, energía y pasión a la causa de la clase obrera.
En 1936, cuando el pueblo español tomó las armas para defender su recién elegido gobierno del ataque fascista interno y externo, se fue a España, encabezando una unidad canadiense de ayuda médica. Una vez allí, se unió a la décimoquinta Brigada Internacional, formada por voluntarios de Inglaterra, Estados Unidos, Canadá, América Latina y otros países. Arriesgó su vida, atendiendo a los heridos en medio del fuego de la guerra. Organizó la primera unidad móvil de transfusión de sangre de la historia, trabajando tan incansablemente, que apenas le quedaba algo de tiempo para contestar las cartas familiares.
En abril de 1937 regresó a Canadá para participar en una campaña de recolección de fondos para intensificar la ayuda médica al sitiado pueblo español. Tres meses más tarde el pueblo chino iniciaba su guerra contra la agresión japonesa. Los canadienses progresistas se agruparon una vez más para organizar la ayuda. En Nueva York se estableció el Consejo de Ayuda a China, con el objeto de auxiliar a la Liga de Defensa de China, encabezada por Madame Sun Yat-sen. Este, en cooperación con las organizaciones canadienses, decidió enviar ayuda médica a las tropas chinas que combatían a los japoneses en el norte del país. El Dr. Bethune se ofreció como voluntario para encabezar la unidad médica. En abril de 1938 llegó a Yenán. Poco después cruzaba el río Amarillo, se deslizaba por las líneas enemigas y llegaba, el 17 de junio, a la región fronteriza de Shansi-Chajar-Jobei, un sitio de lucha completamente cercado por tropas japonesas.
Era ésta una base de resistencia instalada recientemente. El ejército del Kuomintang se había retirado de la zona y había ordenado al Octavo Ejército de Ruta — que, dirigido por los comunistas, se esforzaba por una acción concertada contra el imperialismo japonés — que se trasladara a la parte suroeste de la provincia de Shansi. Sólo quedaban una que otra unidad defendiendo la zona, y con ellas había un pequeño grupo de trabajadores médicos, 25 en total, de los cuales 15 eran enfermeras. Raro era el que tenía una preparación completa. Cuando llegó el Dr. Bethune había 690 heridos que necesitaban cuidado. No había anestesia. Las vendas tenían que lavarse y usarse repetidas veces. Se preparaban ahí mismo hilos de tripa para los puntos de sutura. Se fabricaban instrumentos quirúrgicos con trozos de alambre y con láminas de hierro. Para las amputaciones se empleaban simples sierras de carpintero.
Así estaban las condiciones cuando llegó el Dr. Bethune con su equipo, trayendo cantidades de provisiones médicas, microscopios, aparatos de rayos-X e instrumentos de cirugía. Pero los más valiosos de todos sus aportes fueron su ejemplar destreza técnica, su notable habilidad organizativa y su ilimitada fe en la revolución del pueblo chino.
Después de visitar los tres primitivos hospitales de la base de la zona, de revisar las conveniencias y provisiones y de hacer sugerencias para mejorarlos, ideó un proyecto para reorganizar uno de éstos en «hospital modelo», en el plazo de cinco semanas. Los carpinteros locales, los herreros y otros artesanos fueron reclutados para confeccionar camas, mesas de operación, tablillas para piernas y brazos, camillas, sondas, fórceps, sábanas, colchones y almohadas. Además de cuidar a sus pacientes, el Dr. Bethune controlaba diariamente estos trabajos. Tarde por medio, de pie ante la pizarra, que era el único «texto» disponible, daba conferencias a los trabajadores médicos. Por las noches dedicaba horas a recopilar apuntes ilustrados sobre primeros auxilios, anatomía, fisiología, tratamiento de heridas y otras materias. El 15 de septiembre de 1938 estaba listo el hospital modelo, que más tarde se conocería como Hospital Internacional de la Paz.
El famoso cirujano opera a un soldado herido en un hospital de emergencia cercano a la línea del frente Wu Yin-sian
El invierno llega prematuramente al norte de China. Fue durante una tempestad de nieve cuando el Dr. Bethune, realizando una gira de inspección, llegó al pueblo de Lingchiujo para visitar el campo de los cuarteles generales médicos de la 359a Brigada, donde Gu, el director, y su personal, lo esperaban para saludarlo. El Dr. Bethune se quitó el abrigo, sacudió la nieve de su gorro de piel y preguntó.
— ¿Dónde está vuestro hospital?
— No lejos de aquí — replicó el Dr. Gu — Iremos apenas usted haya comido.
— ¿A qué hora comemos?
— En veinte minutos — replicó Pan Shi-cheng, director político del cuartel general médico de la brigada.
— Es mucho tiempo. Iremos primero al hospital.
— No, usted debe descansar — sugirió Pan Shi-cheng, quien sabía que el visitante y su equipo habían estado todo el día viajando y que no habían comido desde el amanecer.
— He venido a trabajar, no a descansar.
Lo guiaron hasta el hospital, una estación de primera emergencia donde muchos de los pacientes acababan de ser trasladados desde el frente. Cinco heridos necesitaban operación inmediata.
—¿Podemos empezar en veinte minutos? — preguntó el Dr. Bethune.
— Sí, — respondió el director Gu — Dispondré los preparativos mientras usted va a comer algo.
— Me quedaré ayudando en los preparativos. No hay tiempo para comer.
La sala de operaciones estaba lista. Diez personas rodeaban la mesa, pero no se oía ruido alguno fuera del silbido de la lámpara de petróleo que colgaba de arriba. Llevaron a un soldado llamado Siao Tian-pin. A través de los vendajes de emergencia, bañado en sangre, de su pierna izquierda sobresalía, como el colmillo de un perro, un trozo de hueso. La pierna no había sido entablillada, porque no había ninguna tablilla en la estación de vendaje del campo.
Cruzando los brazos, el Dr. Bethune se dirigió al director Gu.
— ¿Quién es responsable de este caso?
— El doctor Cheng.
— ¿Por qué no se entablilló esta pierna? Lo que el Partido Comunista de China ha confiado al Octavo Ejército no son armas sino buenos combatientes, hombres templados en la Gran Marcha de doce mil quinientos kilómetros. ¡Cómo ha podido ser tan negligente! Debido a que no se entablilló la pierna, será necesario amputar. . .
Se volvió hacia el paciente y le dijo gentil y lastimeramente: — Hay que cortar la pierna, hijo.
Media hora más tarde el Dr. Bethune levantaba la extremidad amputada y estiraba un tendón con su fórceps.
— Hablando técnicamente, — dijo con tristeza — esto aún vive. Vean, esto es la vida. Se ha desarrollado por más de un millón de años, e el mar, en el sol. . .
Las operaciones terminaron hacia la medianoche. El director Gu pidió al Dr. Bethune que fuera a cenar, pero éste, después de sacarse el delantal, dio primeramente una vuelta por las camas, preguntando «¿Cómo se siente ahora?» a los que ya se habían recuperado del efecto de la anestesia.
«Muy bien», era la respuesta de cada uno. Nadie se quejó. «Me alegro», dijo el doctor, y sólo entonces dejó el hospital para ir a comer.
Más tarde abordó el tema de las tablillas con el director Gu.
— Debe someter a consejo de guerra a ese irresponsable doctor Cheng. Si un comandante de compañía pierde una ametralladora, se le castiga. Una ametralladora se puede recuperar luchando, pero una vida, un hombre. . . Se debe amar y proteger al paciente como al propio hermano, como se quisiera que lo amaran y lo protegieran a uno.
El director Gu comenzó a describirle la terrible escasez de equipo en el frente y le dijo simplemente que no había tablillas suficientes. El Dr. Bethune le interrumpió.
— Usted sigue diciendo que no hay esto y que no hay lo otro. ¡Si no tienen tablillas, háganlas!
Siguió expresando su opinión sobre lo que había visto. Criticó la falta de limpieza en las cuadras. Pero aprobó la eficiencia de los preparativos quirúrgicos. Luego recordó un telegrama que había recibido del comandante de la Brigada. Hablaba de un número definido de heridos, pero él no había encontrado aquí tal número. El director político le dijo que había casos más serios en un segundo hospital de emergencia, más o menos retirado.
— ¿Qué hacemos entonces aquí? Un doctor debe ir donde están sus pacientes.
Miró su reloj. Era casi la una. El pueblo dormía. Pensó un momento y dijo.
— Partiremos a las cuatro y media. ¿Podrán estar listos a esa hora?
— Desde luego.
La tumba del Dr. Bethune está en un valle del este de Shansi. Dos años después de su muerte, soldados y civiles han acudido al lugar para rendir homenaje a su memoria
Sus colegas se preguntaron si el «anciano» sería capaz de despertarse después de solamente tres horas de sueño. Pero a las cuatro en punto, cuando fueron a su habitación, lo encontraron ya vestido.
Estaba comenzando a amanecer cuando llegaron a Chujuisin, donde estaba el segundo hospital de emergencia. El doctor Bethune examinó a más de cien pacientes antes del mediodía y comenzó a operar después de almuerzo. Por la tarde invitó a sus dos compañeros y a los cuatro cirujanos a su habitación y les habló durante cuatro horas sobre el tratamiento quirúrgico. Al día siguiente se levantó de nuevo a las cuatro y partió hacia los centros de curaciones de la línea del frente, donde operó a setenta y un pacientes en un lapso de cuarenta horas.
En febrero de 1939, después que el hospital modelo se había trasladado a las montañas del oeste de Jobei y que el trabajo médico de la zona funcionaba organizadamente y con eficiencia, el Dr. Bethune obtuvo la aprobación del general Nie Rong-cheng, primer comandante militar de la zona, para formar un «equipo médico expedicionario al Este» con el objeto de ir hasta Jobei central y construir allí otro sistema para las guerrillas y las tropas regulares de ese lugar.
Durante el verano, regresó a las montañas del oeste de Jobei y allí se dedicó por entero a la tarea de construir la red de hospitales. Ayudó a instalar una fábrica de provisiones médicas y una escuela médica cuyo programa y reglamentos él mismo redactó. La escuela, que más tarde se llamó Escuela Médica Norman Bethune, se inauguró en Tangsien, el mes de agosto. Mientras tanto, él seguía recopilando textos para los servicios médicos del ejército. Proyectó realizar una gira de inspección completa y luego regresar a Canadá, para juntar más fondos y provisiones.
El día que su equipo debía partir para el hospital de la base de Jobei central, operó por segunda vez a un paciente con gangrena. No había guantes de goma y la infección penetró por un pequeño tajo que se había hecho en el dedo durante una operación anterior. El doctor Bethune estaba tan atareado con su trabajo, que ni siquiera lo notó.
— Hay una ventaja en no usar guantes de goma—solía decir— Los dedos son tanto más sensibles.
Avanzada la tarde, partieron hacia el hospital de la base. Apenas llegaron, el Dr. Bethune comenzó a trabajar. El dedo se le había hinchado y le causaba grandes dolores. No había drogas antisépticas disponibles. Lo bañó en una solución salina, pero no consiguió nada. El doctor Wang abrió el dedo mientras los otros observaban ansiosamente.
— No se preocupe — dijo el Dr. Bethune tranquilamente —. Aun con dos de mis dedos inmovilizados podría trabajar.
El 7 de noviembre la lucha en el frente era dura. El Dr. Bethune propuso ir allí. Cuando el director del hospital de la base trató de hacerlo descansar unos días más, se enojó.
— No intente convertirme en una reliquia Ming. Puedo trabajar aunque tenga un dedo infectado. Usted debe usarme como usaría una ametralladora.
— Puede atender a los heridos cuando estén aquí.
— Pero tienen más posibilidades de curarse si son operados al momento.
Nadie pudo detenerlo. En la tarde, la unidad médica partió para las líneas del frente, a 35 kilómetros de distancia. El Dr. Bethune estaba tan agotado que casi se cayó del caballo. En Wangchiachuang ya no pudo seguir. Tenía fiebre alta y la infección trepaba por el antebrazo. Estaba a sólo 5 kilómetros de las líneas del frente, pero el teléfono del campo no funcionaba. Le dijo a Dong Yue-chian, su intérprete, que mandara mensajeros a cada compañía para que dijeran que todos los heridos fueran transportados a Wangchiachuang.
A la mañana siguiente, el doctor Wang le hizo una incisión en el brazo hinchado y el dolor disminuyó por un rato. Pero en la tarde la fiebre le subió de nuevo y se quejó de dolor de cabeza.
El enemigo avanzaba. El comandante del regimiento vino personalmente a ordenar al Dr. Bethune que se trasladara a un lugar más seguro. En medio del permanente fuego de artillería, fue trasladado en camilla hasta el pueblo de Juangshikou, donde el equipo médico lo acostó en una de las casas. Se encendió fuego en su habitación, pero él temblaba de frío y sus dientes castañeteaban incesantemente.
Llegó un doctor del cuartel general médico del distrito y encontró al Dr. Bethune en un estado crítico. Hizo lo que pudo, pero la infección se extendía a toda velocidad.
Tendido en su cama, el Dr. Bethune escribió como pudo su última voluntad y su testamento al general Nie Rong-cheng. Antes de que anocheciera se lo entregó a Dong, su intérprete, a quien llamaba «mi otro yo» y a quien legó su reloj pulsera.
— Sigan trabajando duro—dijo— Iluminen el camino de la gran causa.
La noche ocultó las montañas y los llanos. En la quieta habitación, la débil Hama de la vela lanzaba titilantes sombras sobre el muro enyesado. Como lágrimas, la esperma derretida se deslizaba lentamente. La vela se estaba terminando. . .
A las 5.20 de la mañana el Dr. Norman Bethune respiró por última vez. En su sepultura se cantó esta canción, con una vieja melodía:
Te respetamos como respetamos a la verdad y a la justicia, ¡Gran amigo canadiense!
Como uno de nuestros propios combatientes luchaste alegremente en Shansi, Chajar y Jobei.
Y hoy, en las líneas del frente del norte de China descansan tus restos.
Querido camarada Bai Chiuen,
Has muerto por la liberación del pueblo chino.
Juramos seguir hasta nuestra victoria final, que depositaremos aquí, en tu sepultura.
[注释]
CHOU ER-FU escritor muy conocido, secretario general de la Asociación del Pueblo Chino para las Relaciones Culturales con los Países Extranjeros, viajó a cargo del Conjunto Acrobático Chino que visitó hace poco la América Latina. Para conmemorar el vigésimo aniversario de la muerte del Dr. Norman Bethune, el 12 de noviembre pasado, escribió estas notas basadas en sus recuerdos personales y en informaciones de otras personas que trabajaron con el médico canadiense. La última novela de Chou Er-Fu es Mañana en Shanghai.